EJES DE TRABAJO

Margarita Bolinches

El trauma y el arte, la literatura, el cine, etc.

De la cicatriz hacer una obra de arte

Del traumatismo de lalengua y de las consecuencias padecidas, Joyce hizo una obra. “Creación de arte puro” lo llama Vila-Matas. Lacan abordó su estudio precisamente para extraer la necesidad de un cuarto nudo como invención singular del parlêtre. Necesidad de acoger el olvido imposible de un goce por el que se constituye la ex-sistencia de un cuerpo hablante. Memoria y olvido quedan así anudados a ese choque, encuentro imposible que busca un relieve, dibujando un borde que anude, con la invención, otro anudamiento.

“Llegó con tres heridas, la de la vida, la de la muerte, la del amor”, bien decir del poeta que ilumina para nosotros los tres registros anudados a una invención, a una obra poética.

Y ¿porqué no? También podríamos hablar de esas tres heridas que arrastra la protagonista de Nomadlands, película premiada con varios Oscar a la dirección y a la actriz principal. En ella, la protagonista, hay ya un desarraigo primero cuando tempranamente se separa de su propia familia y que se muestra cuando va a ver a su hermana para pedirle dinero para reparar su camioneta. Esta entonces le reprocha haberla dejado sola tan pronto, a lo que responde con un “sí, soy culpable”. La muerte del marido no hará sino reactualizar esa primera respuesta del “parlêtre” al goce de la lalengua familiar. Una respuesta singular de desarraigo que se repite y que encuentra en el nomadismo un modo de hacer el duelo con el progresivo desprendimiento de todas aquellas ataduras sintomáticas. Lo que queda como relieve es ese resto abierto a la contingencia: “Nos veremos por el camino”. Como una espiral que, como tal, no consigue cerrarse nunca. Como decía Pessoa mejor: “una espiral es una serpiente sin serpiente enroscada verticalmente en ninguna cosa”.

El paisaje árido, interminable se convierte otras veces en un laberinto de rocas y cerros secos. A veces discurre en paralelo al deambular de la protagonista, pero en otros momentos se vuelve amenazante como sin salida cuando se introduce en un laberinto angustioso. Es entonces que se deja orientar por la voz de algunos otros.

También, un paisaje similar árido, rocoso y desértico, sin embargo tendrá otra función, una función de arraigo, para la pintora Georgia O’Keeffe. Una exposición que ahora se encuentra en el Thyssen. Las tierras de Nuevo México serán para ella un verdadero encuentro, la sombra de luz, donde poder acoger del desierto la mirada desnuda que se le ofrecía. Allí, pudo desplegar una obra diferente, más próxima quizá a su pregunta, al relieve de su pregunta por el misterio de lo femenino cuando afirmaba: “Lo que te hace querer crear sigue estando ahí”. Ella esperaba de otras mujeres una respuesta: “Creo que hay algo sin explorar sobre las mujeres que sólo una mujer puede ver”. Creencia que acabó por decepcionarla hasta que encontró su propio paisaje que explorar: un desierto de grandes extensiones y espacios abiertos, también un pequeño rancho de adobe, lo llamó “Shandy” (la chabola) desde donde divisar “el Pedernal”, la que llamaba su montaña “mágica” y en la que, por deseo propio, esparcieron en la cumbre sus cenizas. Sus últimas obras, aquejada ya de una enfermedad macular progresiva, fueron las espirales, las líneas y los puntos los protagonistas de ese relieve, de ese resto que quedó de su exploración incansable.

De esas heridas y sus relieves, de esas cicatrices el arte japonés del Kintsugi hace de cada pieza rota una obra irrepetible. Tanto la función de sublimación como el intento de reparación imposible son evidentes. Pero la vertiente que destacaría es la singularidad de cada rotura, nada ni nadie, podríamos decir, “se rompe” del mismo modo. Lo imprevisto atraviesa al sujeto en su relación con ese objeto y los afectos que se han volcado en él, quedan ahora piezas sueltas. La reparación sobre un fondo de imposibilidad en esta técnica crea otra obra en la que se hace presente la cicatriz de la memoria pero que abre la posibilidad al sujeto para una función otra.

Hace cinco siglos surgió esta técnica artesanal. Se dice que el sogún Ashikaga Yoshimasa tenía un cuenco de cerámica que apreciaba mucho y que se rompió. Los artesanos japoneses idearon unir los fragmentos mediante el encaje y la unión de los fragmentos con un barniz o resina espolvoreado de oro. El cuenco recuperó su forma original, si bien las “cicatrices” doradas y visibles transformaron su esencia estética, evocando el desgaste del tiempo sobre las cosas. Así, como decíamos antes, cada pieza es singular pues cada una se rompe de modos diferentes. Así las roturas y las reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse y no ocultarse como solemos hacer en Occidente. Se pone así de manifiesto su transformación: la herida pasa de ser un trazo de oscuridad a ser una marca de luz convertida en arte e invención que singulariza cada pieza.

Así también el verso del poeta sufí persa, Rumi, nos recuerda que: “la herida es el lugar por donde entra la luz”.

En estos días, hay también otra exposición, en la Fundación Mapfre en Madrid, la de la fotógrafa japonesa Tomoko Yoneda. De esta última me llamó la atención precisamente su intento de recuperar, mediante la fotografía, lo que está más presente, en tanto no se ve, de un pasado anterior traumático: conflictos bélicos, lugares claustrofóbicos de poder y de tortura, desolación.

Yoneda nació en Akashi, la ciudad es conocida por su castillo construido por el samurái Ogasawara Tadazane en la primera mitad del siglo XVII. Para supervisar la construcción invitó al maestro de la espada Miyamoto Mussashi. Este había escrito un libro sobre filosofía y estrategia militar llamado El libro de los cinco anillos donde se destaca la siguiente exhortación: “Percibe lo que el ojo no puede ver”.

Es esta exposición que en todos sus apartados apunta a lo invisible tras lo que se nos presenta como marco para el ojo. Otras series apuntan a la ausencia y a la memoria, otras al paso del tiempo que deja a la vista las cicatrices de los que allí vivieron, presentificando así la ausencia renovada. Tratamiento de la memoria y el olvido que recuerda la técnica del director Claude Lanzmann en su película Shoa, él también nos exhortó a percibir lo que el ojo no puede ver.

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