TEXTOS DE ORIENTACIÓN

Miquel Bassols

Trauma colectivo y marcas singulares

Vivimos en una época de experiencias traumáticas colectivas. Ya sea en los estallidos de violencia en masa o en las pandemias globales, cada vez más frecuentes, se trata de una dimensión colectiva del trauma que parece ya formar parte de la cotidianidad del sujeto contemporáneo. Es un fenómeno aumentado y promovido por la inmediatez y la difusión global de informaciones y de imágenes que permiten asistir, muchas veces «en directo», a estallidos de violencia y de sufrimiento que se suceden a la vez y en diversas partes del mundo. Las pantallas de televisiones, ordenadores y móviles, las reproducen de un modo que parece reduplicar la pantalla del fantasma particular de cada sujeto. Casi nada puede parecer inesperado en esta reduplicación instantánea. El efecto colectivo producido no es tanto una banalización del mal o de la violencia sino su elevación al lugar de un nuevo objeto que brilla con su oscura presencia en el cénit social. Incluso la violencia más arbitraria y sin fin determinado parece haberse convertido, ella misma, en un objeto que viene al lugar de la Cosa freudiana, das Ding. Este objeto es, sin embargo, innombrable y sin representación posible en el fantasma de cada sujeto. Escuchamos con frecuencia en la consulta del psicoanalista el efecto que produce de manera individual: un sentimiento de irrealidad, de vivir en una película cuyo relato distópico rodea un objeto innombrable, tan familiar como extraño.

¿Podríamos llegar a hablar de una sublimación de la violencia, de su elevación como objeto a la dignidad de la Cosa? La fascinación y el rechazo que produce en el fantasma de cada sujeto muestran y encubren a la vez con su pantalla la relación más íntima de con la pulsión de muerte, ese oxímoron que reúne en un mismo punto la fuerza de la vida y su propia destrucción. Nada hay de “instinto natural” en la violencia humana, como podría suponerse en el reino animal. No hay de hecho instinto violento en la inhumanidad de lo humano. Se trata de uno de los productos inherentes a la cultura, en cada una de sus formaciones simbólicas por diversas que parezcan.

Por otra parte, señalemos que la pantalla más o menos fascinante del fantasma ante lo real del pasaje al acto violento, especialmente cuando se trata de experiencias traumáticas de masa, tiende a hacer desaparecer la singularidad del sujeto del inconsciente como una respuesta de lo real. Cada sujeto produce sus sueños y pesadillas singulares sobre estas experiencias comunes. Dicho de otra manera: no hay experiencia colectiva de la muerte, sólo hay experiencia uno por uno, en su singularidad irreductible. Existe, por una parte, un fenómeno de identificación grupal que a veces tiene un primer efecto apaciguador para el sujeto de la experiencia traumática, y que se toma a veces como fin terapéutico promoviendo estas identificaciones. Pero lo que ayuda a la identificación con el grupo, en la solidaridad de las identificaciones, deja siempre a la espera la elaboración de lo más singular del fantasma de cada sujeto como pantalla frente a lo real, siempre imprevisible. El efecto de identificación no debería ocultar entonces lo irreductible de aquella singularidad.

Este hecho es de especial importancia cuando se trata de abordar el tratamiento de sujetos que han sufrido acontecimientos traumáticos en masa. En cada caso, lo que se revela como más importante, como el nudo real de la experiencia, no es tanto aquello que ocurrió, y que puede explicarse como acontecimiento colectivo, aquello que puede compartirse también con el Otro de la comunidad en el eje de las identificaciones. En cada caso, lo que aparece como irreductible a la identificación, como aquello que se repite de manera incesante en el recuerdo o en la pesadilla diaria, es algo que no ha llegado a ocurrir pero que, precisamente por eso, no cesa de no realizarse, no cesa de no escribirse en la realidad de su vida, volviendo una y otra vez como el agujero de lo real imposible de localizar en esta realidad.

Una orientación clínica se deduce de todo ello: la posibilidad de un verdadero trabajo de duelo sobre la experiencia traumática debe tener en cuenta de manera muy especial este nudo de lo real alrededor del cual gira toda posible elaboración significante. Y es siempre un trabajo sobre las marcas singulares que ha dejado lo real para cada sujeto.

«Un momento más y la bomba estallaba», para citar de nuevo el ejemplo que Jacques Lacan tomó del lingüista a la hora de situar este tiempo, singular y fuera de la simbolización común, del trauma. Es un tiempo siempre por venir. La bomba estalló, en efecto, para el colectivo. Sin embargo, en algún lugar la bomba no cesa de no estallar para cada sujeto, esperando su respuesta en un encuentro siempre fallido. Lo real del trauma deja así una marca que queda a la espera de una respuesta. Y el analista debe saber acompañar a cada sujeto para dar esa respuesta, siempre singular e imprevisible, a la experiencia colectiva del trauma.

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