El trauma es una experiencia singular que vivimos y frente a la cual no tenemos el socorro del sentido. En esos momentos no acuden las palabras que pudieran salvar de ese vacío, de ese agujero, del que saldremos con una marca que irá escribiendo nuestra existencia.
El saber también se pone en suspenso en ese momento donde el goce hace que el cuerpo se presente como extraño. Pero a pesar de esto esa marca, se conecta, a posteriori, con el relato de la experiencia traumática, no de los hechos que se produjeron. Este relato es fundamental porque es a través de la palabra donde se puede cernir ese agujero del traumatismo. A diferencia del shock que no deja marcas, sino una anestesia frente a las experiencias cada vez más excesivas. Vivimos en una época rodeada de situaciones que provocan el impacto del shock y hacen que la experiencia se haga cada vez más pobre en cuanto a su narración.
Para Walter Benjamin, la pobreza de la experiencia es el efecto de la Primera Guerra Mundial, donde el impacto que causó en los combatientes se saldó con una incapacidad de contar lo acontecido, no pudiendo entonces apropiarse de ello en su aspecto más singular e íntimo. Esta pobreza es la que sigue presidiendo esta época aunque parezca que el mundo está plagado de relatos. Solamente lo más propio de las vivencias traumáticas a lo largo de la vida, eso que se engarza y que proviene de ese primer encuentro traumático en nuestra existencia puede dar lugar a lo verdadero. Por ello cualquier experiencia que nos haga resonar aquel acontecimiento primero, tiene un valor traumático pues vuelve a ponernos frente a la imposibilidad y a la vez nos abre el camino de lo posible.
No se repite un hecho traumático se repite un nudo. Se trata de un anudamiento que se instaló para nosotros y que lleva, por un lado, la marca de la imposibilidad de la relación sexual, y por el otro, la escritura del sinthoma. El encuentro traumático nos enfrenta con el no hay de la relación sexual, con aquello irrepresentable para el inconsciente, y que a la vez deja huella. Huella que una y otra vez querrá ser dicha y escrita y tendrá como saldo algo que no dejará de escribirse, que dará el tono inconfundible de lo sinthomático a nuestro pasar por el mundo.
Hablar de amores traumáticos, en realidad me parece redundante ya que el amor es una suplencia justamente de lo traumático pues con el registro imaginario y simbólico no alcanza para lograr saber como comportarse frente al amado. Solo tenemos a mano un saber equivocado.
Después del Seminario Aún J. Lacan hablará de como se produce el encuentro amoroso, como es esa elección, en qué se sustenta. Y plantea dos formas del encuentro amoroso, el que se sostiene en la “sucia mezcolanza de los fantasmas” y el que resulta de la conexión de las “marcas del exilio de la relación sexual”, de las marcas traumáticas que en cada sujeto dejó el encuentro inevitable con el “no hay” de la relación sexual.
No podemos considerar esta diferencia como pura a la hora del amor. El fantasma nos acompaña y hace de las suyas en cada lazo con el otro y viceversa, pero si esto lo inunda todo, nos alejaremos cada vez más de las singulares marcas de nuestro exilio, de vivir un amor más “digno”.
Esta orientación con respecto al amor, que estaría íntimamente ligado con lo traumático y que no se confunde con el amor donde impera el fantasma, marca nuestra escucha. Desde el Seminario de la Ética estamos advertidos de nuestros ideales como un obstáculo para la escucha y la intervención analítica. Cuando Lacan construye su invento del pase profiere: al ser la relación sexual imposible de escribir, “la cosa” funciona de cualquier manera. Con esto indica que no hay una madurez genital, no hay una solución amorosa, ni “un armonioso matrimonio”, prejuicios y moral de los que resulta difícil desembarazarse. Si el analista considerara que hay una forma adecuada con respecto al amor esto sería verdaderamente abandonar nuestra orientación. La brújula son estas marcas del exilio, la escritura que fue posible frente a la que nunca lo será, y esta es la dificultad en la que tanto el analizante como el analista se embarcan cuando inician la travesía de un análisis y que será una de las más difíciles de sortear.
No dejarse engañar por el escenario del fantasma y la realidad que una y otra vez nos confunde frente a lo real. Aunque este baile de máscaras no es evitable para el ser que habla, aunque la realidad fantasmática parece férreamente instalada debemos estar advertidos de que no hay boda sin fisuras entre la vida vacía con el objeto indescriptible.
No hay amores que no sean “troumáticos” si se me permite jugar con el neologismo de Lacan. Cuando el encuentro amoroso se convierte en algo mortífero, dañino y estragante es cuando más se ha puesto en juego la sucia mezcolanza de los fantasmas y más se ha tapado el agujero a contornear.