Dos citas de Freud sobre la marca del trauma

“En cuanto a las propiedades o particularidades comunes de los fenómenos neuróticos, corresponde destacar dos puntos: a) Los efectos del trauma son de índole doble, positivos y negativos. Los primeros son unos empeños por devolver al trauma a su vigencia, vale decir, recordar la vivencia olvidada o, mejor todavía hacerla real-objetiva, vivenciar de nuevo una repetición de ella: toda vez que se trata sólo de un vínculo afectivo temprano, hacerlo revivir dentro de un vínculo análogo con otra persona. Resumimos tales empeños como fijación al trauma y como compulsión de repetición. Pueden ser acogidos en el yo llamado normal y, como tendencias de él, prestarle unos rasgos de carácter inmutables, aunque su fundamento real y efectivo, su origen histórico-vivencial (historich), esté olvidado, o más bien justo por ello. (…)

Las reacciones negativas persiguen la meta contrapuesta; que no se recuerde ni se repita nada de los traumas olvidados. Podemos resumirlas como reacciones de defensa. Su expresión principal son las llamadas evitaciones, que pueden acrecentarse hasta ser inhibiciones y fobias. También estas reacciones negativas prestan las más intensas contribuciones a la acuñación de carácter; en el fondo, ellas son también, lo mismo que sus oponentes, fijaciones al trauma, sólo que unas fijaciones de tendencia contrapuesta. Los síntomas de las neurosis en el sentido estricto son formaciones de compromiso en las que se dan cita las dos clases de aspiraciones que parten del trauma, de suerte que en el síntoma hallan expresión prevaleciente ora la participación de una de estas direcciones, ora la de otra. (…)

b) Todos estos fenómenos, tanto los síntomas como las limitaciones del yo y las alteraciones estables del carácter, poseen naturaleza compulsiva; es decir que, a raíz de una gran intensidad psíquica, muestran una amplia independencia respecto de la organización de otros procesos anímicos, adaptados estos últimos a los reclamos del mundo exterior real y obedientes a las leyes del pensar lógico.”

Freud, S., “Moisés y la religión monoteísta” (1939),
Obras completas, vol. XXIII, Buenos Aires,
Amorrortu, 1976, págs. 72-73.

 

“Las experiencias analíticas nos enseñan que real y efectivamente existe una exigencia pulsional cuyo dominio en principio fracasa o se logra de manera incompleta, y una época de la vida que cuenta de manera exclusiva o prevaleciente para la génesis de una neurosis. (…)

Al parecer, únicamente en la niñez temprana (hasta el sexto año) pueden adquirirse neurosis, si bien es posible que sus síntomas sólo mucho más tarde salgan a la luz. La neurosis de la infancia puede devenir manifiesta por breve lapso o aun pasar inadvertida. La posterior contracción de neurosis se anuda en todos los casos a aquel preludio infantil. Quizá la neurosis llamada ‘traumática’ (por terror hiperintenso, graves conmociones somáticas debidas a choques ferroviarios, enterramiento por derrumbe,…) constituya una excepción en este punto; sus nexos con la condición infantil se han sustraído a la indagación hasta hoy. La prioridad etiológica de la primera infancia en fácil de fundamentar. Las neurosis son, como sabemos, unas afecciones del yo, y no es asombroso que el yo, mientras todavía es endeble, inacabado e incapaz de resistencia, fracase en el dominio de tareas que más tarde podrá tramitar jugando. (Las exigencias pulsionales de adentro, así como las excitaciones del mundo exterior, ejercen en tal caso el efecto de unos ‘traumas’, en particular si son solicitadas por ciertas predisposiciones). El yo desvalido se defiende de ellas mediante unos intentos de huída (represiones {esfuerzos de desalojo}) que más tarde resultan desacordes al fin y significan limitaciones duraderas para el desarrollo ulterior.”

Freud, S., “Esquema del psicoanálisis” (1940),
Obras completas, vol. XXIII, Buenos Aires,
Amorrortu, 1976, págs. 184-185.

 

En estas dos citas de Freud, no muy alejadas en el tiempo, podemos ver como se plantea el trauma no como acontecimiento que excede al individuo, sino como marcas del encuentro del sujeto con lo real de su cuerpo sexuado, fuente por tanto de excitaciones que no encuentran en el uso del lenguaje una tramitación adecuada, suficiente.

En este sentido me llama la atención la puntualización de Freud en la segunda de las citas sobre la utilidad del juego infantil para dar salida a estas excitaciones pulsionales, juego infantil que inevitablemente nos remite al Fort-Da del nieto de Freud con el que pudo construir una articulación simbólica respecto de la presencia-ausencia de la madre evitando así, señala Freud, que cuando esta ausencia fue definitiva se convirtiera en lo que comúnmente se conoce como trauma.

De la perdurabilidad de estas marcas y de las distintas estrategias con las que el sujeto se maneja, que es lo que nos encontramos en la clínica, entiendo que es de lo que estas dos citas dan cuenta, especialmente de cómo dichas marcas acaban convertidas en lo más singular de un sujeto, en su rasgo unario en tanto que el encuentro con lo real del cuerpo sexuado fue singular y la “solución” de dicho encuentro también fue singular.

 

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