El non-finito de Miguel Ángel: el cuerpo más allá de la imagen

Frente al trauma, el artista crea una obra. Miguel Ángel creó esculturas que son masas compactas estrictamente aisladas del espacio que las rodea, habitantes del que llamamos espacio-límite, reducible a formas geométricas y planos secantes, que impone rigidez y aleja de lo orgánico, concentrado en su interior1. La vida y el drama restan en las superficies, donde tiene lugar una lucha entre fuerzas que se empujan y bloquean a la vez.

Miguel Ángel abordó repetidamente el tema del esclavo en la tumba de Julio II, de algún modo toda su escultura parece una sucesión de retratos de un ser humano atrapado en un bloque de mármol, incapaz de escapar de la prisión invisible en la que vive e incapaz de dejar de luchar para liberarse2. El tema del esclavo permite a Miguel Ángel mostrar la posición que no cesó de significar a través del Neoplatonismo: “Vorrei voler, Signor, quel ch’io non voglio”3.

Pero es en la técnica donde el goce de Miguel Ángel se revela, en su hacer esforzado y sacrificial. Lo vemos en todas sus elecciones: el duro mármol de Carrara, las enormes dimensiones de los bloques, el afán por esculpir personalmente durante todo el proceso, muy inusual en un artista de su fama que habría podido encargar a artesanos la devastación inicial. Benvenuto Cellini comentó asombrado que Miguel Ángel seguía el sistema más arcaico, medieval y preclásico de cuantos existían4.

Pero Miguel Ángel vivió 89 años, manteniéndose activo hasta el final: seis días antes de su muerte trabajaba en una de sus esculturas. ¿Qué le permitió continuar trabajando? M.Á. supo dejarse guiar por su cuerpo y encontrar un nuevo hacer: el non-finito, estilo inacabado que deja a las figuras en un estado de latencia. El non-finito le permitió dejar caer su esfuerzo titánico, eso sí, exigiendo a cambio el abandono de todo ideal formal, toda aspiración a la perfección, a la completitud.

El non-finito es un saber hacer con la sublimación que impone al artista ir más allá de la imagen, de lo fálico, confrontar y aceptar la incompletitud. Las esculturas se emancipan de la representación, del intento de apresar lo real en una forma, restando la simple repetición de un gesto que ya no aspira a forma o sentido alguno. Las bellas imágenes que escenificaban la división entre lo sagrado y lo profano son abandonadas, el hacer se concentra en lo irrenunciable: un incesante y suave repaso de las superficies que deja huella.

Lejos de traicionar su estilo, M.Á. parece haberse acercado al hueso de su síntoma, reducirse a “hacer del Uno algo que se mantiene, es decir, que se cuenta sin ser”5.

 

 

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Notas:

  1. Focillon, H., La escultura románica, Madrid, Akal, 1987, pp. 36-37.
  2. Panofsky, E., Estudios sobre iconología, Madrid, Alianza 1989, pp. 239-319.
  3. Michelangelo [Buonarrotti], Rime, Mondadori, Milán, 1998, p. 161.
  4. Cellini, B., Tratados, Madrid, Akal, 1989, pp. 179-184.
  5. Lacan, J., El Seminario, libro 20: Aun, Barcelona, Paidós, 2008, p. 158.