El porqué de la guerra (o ¿por qué la guerra?)

“La pulsión de muerte deviene pulsión de destrucción cuando es dirigida hacia afuera, hacia los objetos, con ayuda de órganos particulares. El ser vivo preserva su propia vida destruyendo la ajena, por así decir. Empero, una porción de la pulsión de muerte permanece activa en el interior del ser vivo, y hemos intentado deducir toda una serie de fenómenos normales y patológicos de esta interiorización de la pulsión destructiva. Y hasta hemos cometido la herejía de explicar la génesis de nuestra conciencia moral por esa vuelta de la agresión hacia adentro. Como usted habrá de advertir, en modo alguno será inocuo que ese proceso se consume en escala demasiado grande; ello es directamente nocivo, en tanto que la vuelta de esas fuerzas pulsionales hacia la destrucción en el mundo exterior aligera al ser vivo y no puede menos que ejercer un efecto benéfico sobre él. Sirva esto como disculpa biológica de todas las aspiraciones odiosas y peligrosas contra las que combatimos. (…) Es claro que, como usted mismo puntualiza, no se trata de eliminar por completo la inclinación de los hombres a agredir; puede intentarse desviarla lo bastante para que no deba encontrar su expresión en la guerra”.

Freud, S., “¿Por qué la guerra? (Einstein y Freud)”,
Obras Completas, Volumen 22, Buenos Aires,
Amorrortu, 1991, págs. 194- 195.

 

Freud escribe en 1932, en el período entreguerras, esta correspondencia a Einstein en la que plantea diferentes cuestiones sobre las causas y formas de prevenir las guerras a raíz de la carta que previamente le había enviado el físico. Me parece relevante, en relación con la marca del trauma, por un lado, la pulsión de muerte que nos constituye como seres vivos, tal como indica Freud, y, por otro lado, la sublimación (aunque Freud no lo señala como tal) que implica el proceso de civilización y la cultura como elementos clave para evitar la guerra. Si bien es cierto que estos procesos traen consigo ciertos “costes” en forma de conflicto, en el sentido freudiano, con la supresión (“interiorización”) de tendencias agresivas. Este texto ahonda en la pulsión de muerte como algo de lo real que habita en todos nosotros de cuyo encuentro, lo traumático encuentra uno de sus lugares.

 

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