La neurosis de guerra de Robert Graves: trauma y creación poética

“Guerra era la vuelta de la tierra a la horrible tierra,
guerra era el fracaso de sublimidades,
extinción de todo feliz arte y fe
por las que el mundo había aún resistido, la cabeza en alto,
profesando lógica o profesando amor,
hasta que el insoportable momento golpeó—
el oculto grito, el deber de volverse locos”1

 

Las pesadillas que Robert Graves sufrió después de haber pasado largo tiempo en las trincheras (1914-1918), se acompañaron de un excesivo estado angustioso y mucho miedo, lo que en aquel entonces se investigaba como un síndrome propio de las neurosis de guerra.

Fueron los que siguieron, años de una angustia incomprensible, sueños traumáticos, y la cercana posibilidad de nuevas guerras lo atormentaba “Yo no sabía en aquel entonces que lo que me provocaba tal estado de ansiedad era el miedo a la guerra”2 y creía hasta el momento en que la cura estaría en la interpretación de los sueños, propio de la técnica psicoanalítica de la época. Creía tanto que tenía “temor a que la cura fuera demasiado eficaz”. Había oído decir que curarse implicaba, siendo poeta, nunca más escribir poesía.

Curarse del trauma implicaba matar el poema.

Ese era entones su conflicto mental. “¿Qué es más importante, la ambición poética o una mente serena?” Resolvió su conflicto cuando descubrió la verdadera causa de su mal: esos sueños que padecía no eran más que síntomas de una enfermedad causada por lo traumático de la guerra, un conflicto externo; por lo que eso refutaba la teoría de la interpretación de los sueños como cura posible para sus sueños traumáticos. De hecho, es este el argumento que utilizaron los “enemigos del psicoanálisis” de entonces, que en su aversión a la sexualidad difundían esta idea en sus investigaciones sobre las neurosis de guerra; pero Freud sostenía (1919) que estas neurosis de guerra se debían a un conflicto en el que el enemigo es interno3. Ese Otro está en la repetición misma que golpea el cuerpo.

Con esa respuesta que Graves se armó, resolvió no solo que sería imposible curarse por lo simbólico, sino que “el recurso de la interpretación no tiene el poder de acabar ni con la poesía, ni con los sueños”4; que el psicoanálisis es entonces ineficaz contra lo propio de la poesía que él sostenía más allá de las modas; esa que responde más bien a una “pulsión inspiradora grata al corazón romántico”, que como las experiencias religiosas, no es definible y “desaparece de la traducción”5.

Con 29 años, Robert Graves se despide de todo eso, escribiendo su autobiografía6 y refugiándose en la naturaleza y en el poder de sus musas (encarnaciones de la Diosa Blanca), en una isla lejana, haciendo de su poesía, como algunos dicen, una poesía isla.

 

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Notas:

  1. Graves, R., (1895-1985). Cien poemas. Traducción de Claribel Alegría y Darwin J. Flakoll. Lumen, Barcelona, 1981.
  2. Graves, R., El sentido de los sueños. Ed. Península. Barcelona, 2007, p. pág. 123.
  3. Freud, S. “Introducción al simposio sobre las neurosis de guerra” (1919). Obras Completas. Tomo II. BN, p.124.
  4. Íbid., Pág. 124.
  5. Ibid., Pág. 124-125.
  6. Graves, R. Good-Bye to All That. Penguin Books. Great Britain, 2000.