La sexualidad, troumatique

Freud concedió una importancia primordial al trauma sexual infantil. Los textos publicados en este blog de Carmen Cuñat y Begoña Isasi ofrecen una buena revisión del lugar que Freud otorgó a los traumas sexuales infantiles y sus efectos, especialmente en lo que respecta a la represión y a la repetición1. Si vamos un poco más allá podríamos argumentar incluso que para Freud la sexualidad infantil es en sí misma traumática, de ello testimonia el inconsciente en tanto inscripción de la hiancia entre el acontecimiento y sus efectos. Dicho de otro modo, el encuentro con la sexualidad produce un trauma2. Es a partir de este punto que podemos entender la formulación de Lacan sobre la cuestión. En su enseñanza, la noción freudiana de trauma se transforma y deviene el efecto del significante y sus equívocos, tal y como lo nombra el neologismo troumatisme. Esa es la estofa del inconsciente para Lacan: “Que lo que Freud localizó como sexualidad haga agujero en lo real es lo que se palpa por el hecho de que, ya que nadie se las arregla bien con eso, no se preocupen más”3. Lo traumático es el agujero que el lenguaje introduce en el cuerpo del hablante, de lo que queda el trazo de un goce.

Con esta perspectiva, el psicoanálisis se orienta tanto para interpretar los efectos sobre los parlêtres de sus encuentros con el goce, como para situar los discursos contemporáneos sobre la infancia y la sexualidad. En este sentido, para el psicoanálisis, existe la respuesta sintomática a cómo percutió en el cuerpo del ser hablante el encuentro con un goce en el extremo insoportable. Por ello, no hay equivalentes significantes entre el sujeto que cuenta una escena de seducción que quedó enmarcada en el deseo del Otro—es decir en el fantasma y la maquinaria de sentido que se derivó—y aquel otro encuentro que sumió al niño en una perplejidad para la cual no encontró significación posible.

A modo de ejemplo, la angustia con la que un sujeto acude a consulta a raíz de la lectura en clase de un artículo sobre Me too puede elucidarse a partir de un recuerdo infantil. Durante unas vacaciones, un pariente la encerró en el baño y le obligó a tocarle los genitales. Este recuerdo, que había permanecido reprimido hasta entonces, había dejado en el sujeto un síntoma de docilidad que le causaba malestar. La pregunta por el goce que su propia docilidad encierra inicia el trabajo analítico y trae la cura por añadidura.

Bien distinto es el trauma infantil de una joven mujer presa de la angustia el día que acude invitada a una fiesta con amigos. Sin poder establecer ninguna conexión significante, en ese momento se le aparece el recuerdo infantil de despertarse en la cama con su tío al lado. Ni el recuerdo infantil ni la angustia al acudir a la fiesta pueden incluirse en la cadena significante. En cambio, produce un síntoma: solo puede comer si tiene contadas con exactitud las calorías de su ingesta. Por otro lado, es capaz de inventar una suplencia: se inscribe a un curso de contabilidad. La angustia está siempre que aparece un goce incontable sin que ella pueda hacer recurso a su suplencia a la medida fálica.

El psicoanálisis, entonces, no se ocupa de la responsabilidad social o legal, sino de la responsabilidad del sujeto ante un goce que produce horror. En este sentido, el trauma es sexual y la sexualidad es troumatique.

 

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Notas:

  1. Cuñat, C., “Los dos tiempos del trauma y el Uno del goce” e Isasi B., “Los traumas sexuales infantiles”. En trauma.jornadaselp.com.
  2. Freud, S., “Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis”. Obras completas, v. VII, Bs. As.: Amorrortu Ed., 1992, pp. 263-271.
  3. Lacan. J., “Prefacio al Despertar de la primavera” en Otros escritos. Bs. As., Paidós, 2012, p. 588.