Leer las marcas del acontecimiento traumático

Transitar un análisis, es vía la palabra, no hay otra alternativa.

El significante es su instrumento privilegiado, aún a expensas de saber que con él no tendremos más que tropiezos, “…una patinada de palabra a palabra”1, porque si tomamos al inconsciente como una elucubración de saber; es abrir la boca para que el malentendido inaugural se ponga en juego.

Hablamos para intentar medio decir aquello que la contingencia de un encuentro, el de la lalangue sobre el cuerpo, ha puesto en marcha cuando hemos venido al mundo.

Este acontecimiento inaugural tiene el valor de trauma, porque instala la desarmonía; y justamente por ese desajuste sin representación alguna, se producirá ese bla blá que empujará a quien se preste a ello, al trabajo de un análisis.

Esta será la eterna paradoja, porque lo ilegible del trauma augura la permanente equivocación, pero no por ello, dejamos de intentarlo pues en ese afán, no hay duda que encontraremos cierto alivio; un alivio al laberinto fantasmático que el goce promueve, que gira en falso y que vendría a redoblar el acontecimiento traumático.

El fantasma será uno de los modos de escapar al trauma, pero por contra, dotándolo de consistencia. ¿Cómo salirse entonces del disco rayado del trauma? ¿Cómo dejar de reproducirlo?

Sabemos que hay un imposible. Sin embargo, prestarse al trabajo del inconsciente, bordeando con las palabras que nos determinaron, que nos nombraron, el agujero que dejó marca del indecible y el afecto que imprimió un sufrimiento, eso llamado goce, las cosas marcharían mejor.

Entonces ¿cómo opera el analista sobre el tratamiento del trauma?

Hay que señalar, que no se tratará de encontrar el agalma que encerraría la verdad del síntoma, vía su desciframiento como forma de deshacerlo, porque así, operaríamos al igual que el inconsciente, alimentando esa elucubración con una interpretación más; algo así como endulzar con cierta persistencia, la adicción del inconsciente al sentido.

Contrariamente entonces se tratará de aislar, cortar, desarticular, estos efectos de sentido para recortar la cifra que devino de ese acontecimiento traumático, porque no hay que olvidar que lo que insiste y cuyo resultado es el trauma, es lo que se produjo o no, de ese recorte del cuerpo; ese objeto atado a las contingencias de un goce, que no cesará de no escribirse para reinscribirse en lo que condensa el síntoma; devenido hacia la última enseñanza de Lacan, sinthome.

Leer el inconsciente será entonces aislar a modo de cifrado; “reconducir al sujeto a los significantes propiamente elementales sobre los que, en su neurosis, ha delirado”2.

No se trata pues, de seguir delirando sobre el trauma. La dirección de un análisis apuntará entonces, a ese recorte de la cifra en tanto que impacta.

Miller nos dice claramente que la orientación sería, la de sustituir el camino de la elaboración hacia el de la perplejidad.

Así la perplejidad entendida como impacto que nos deja sin palabras, que detiene la cadena, la suspende, podría reconducir al analizante, a algo de lo irreductible, de lo más primario e insensato, cada vez más reducido, al nudo de lo que ha sido su contingencia.

Nada más que fuera de sentido, y lejos de la gravedad que imprime la elucubración cuando estamos absorbidos por ella.

 

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Notas:

  1. Lacan, J., “Hacia un significante nuevo”, clase del 10 de mayo de 1977 de “L’insu…”, Revista Lacaniana, no. 25, Grama Ediciones, Bs. As., 2018, pp. 11-23.
  2. Miller, J.-A., “La interpretación al revés”, Entonces: “Sssh…”, Eolia, Barcelona, 1996, pp. 7-14.