Trauma y superyo: algunas referencias bibliográficas

… La voz es el superyo, la voz pura, la voz como emisión sonora, sin el significante. El trauma es el lugar donde vendrán a unirse las palabras con la voz…

 

El superyó se introduce en la teoría porque hay que dar cuenta de la coacción que el inconsciente ejerce sobre el sujeto, pero que se presenta para el sujeto mismo como un cuerpo extraño en el síntoma, como la opacidad del síntoma. Se puede decir que la intuición fundamental de Lacan es la división del sujeto contra sí mismo, es decir, por la idea de que no es lógico suponer que el sujeto busca su propio bien. Si lo supiéramos no se podría entender la pulsión de muerte, que no es más especulativa que el masoquismo primordial.

Tomaremos el caso Aimée como una contribución a la clínica del superyó. Veremos que lo que cura a la paciente es lo que ella hace, ataca al otro, a la perseguidora, al ideal exteriorizado, a la imagen ideal que también es odiada. El ataque que no la deja en libertad. Lacan señala que no es el haber atacado lo que determina su curación sino la consecuencia de su acto, es decir, que se la castigó por él. Lacan inscribe la paranoia de Aimée como paranoia de autopunición, una paranoia superyoica, el reverso de la paranoia reivindicatoria.

El superyó encuentra su lugar en Lacan como nombre de goce, en tanto un bien absoluto para el sujeto separado de su bienestar, que se traduce en el paciente como un malestar cuando no se confunde con el dolor.

Tomamos el seminario El banquete de los analistas, en la página 303, Miller hace referencia a que la ética del superyó es ceder en su deseo que es lo que transmite el sujeto que vive en la civilización.

Ceder en su deseo es la “renuncia al goce de la pulsión” como lo llama Freud, que lejos de calmar las exigencias del superyó no hace más que reforzarlas. Freud aísla una instancia del superyó que se ejerce sobre las pulsiones y las lleve a renunciar a sus exigencias de satisfacción, a separarse de un goce de más, suplementario, el plus de gozar que escribimos como objeto a. Este “separarse de” es el objeto a, el superyó no se apropia inmediatamente de este goce suplementario que se alimenta de él. No hay ningún obstáculo: el goce que se renuncia le sirve al superyó para crecer más. No hay obstáculo que le impida a este goce separado volver al superyó. Es para Miller el circuito del superyó.

También Lacan siempre trabajó con la noción del superyó al lado de la perversión. En el texto Kant con Sade muestra como la ley, tomada de la ley kantiana, sólo tiene como objeto su obediencia, está totalmente despejada de cualquier otro atributo. Por eso la perversión, sobre todo en su modalidad masoquista, le sirvió para renovar su versión del superyó. Destacó que aquello que hace surgir el masoquista con su obediencia: es la voz del amo. La voz que se erige como pivote fundamental del superyó y es lo que va a permitirle formalizar el objeto a. La voz como objeto aparece en los primeros esquemas del Seminario 10 en donde escribe al superyó en su lugar, la voz es pues el superyó. La voz no en tanto articulación significante, sino la voz pura, en tanto ella es instaurada como en el lugar del Otro. La voz como pura emisión sonora sin el significante.

Hay una consistencia en el trabajo de Lacan sobre el superyó, pues en todas las facetas que lo presenta, ya sea congelado, discordante, imperativo, siempre implicó un corte, algo separado.

Entonces podemos formalizar, por un lado, está la ley y por otro la voz, pero sin más que el encuentro traumático. Será el trauma, entonces, el lugar donde vendrán a unirse las palabras con la voz, tomado un objeto y teniendo este encuentro consecuencias fundamentales.

 

Referencias bibliográficas

  • Durand, I., El superyó, femenino. Las afinidades entre el superyó y el goce femenino, I. 1ª parte: El superyó en la enseñanza de Lacan (págs. 25 a 44), II. Intermedio: La experiencia para Freud del superyo en la cura (págs. 45 a 66), Buenos Aires, Tres Haches, 2008.
  • Lacan, J. El Seminario, libro 1: Los escritos técnicos de Freud, VII. La tópica de lo imaginario (págs. 119-140), VIII. ¡El lobo! ¡El lobo! (págs. 141 a 166), Buenos Aires, Paidós, 1984.
  • Lacan, J., El Seminario, libro 10: La angustia, I. La angustia en la red de los significantes (págs. 11 a 17), XVIII. La voz de Yahvé (págs. 263 a 276), Buenos Aires, Paidós, 2006.
  • Marie de la Trinité, De la angustia a la paz. Testimonio de una religiosa, paciente de Jacques Lacan, Barcelona, NED Ediciones, 2018.
  • Miller, J.-A., Conferencias Porteñas, tomo 1, 1. Clínica del Superyó (1981) (págs. 127 a 142), Buenos Aires, Paidós, 2009.
  • Miller, J.- A., El banquete de los analistas, XVII. Clínica de la civilización (págs. 295- 311), Buenos Aires, Paidós, 2000.

 

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